Seis Minutos

El abuelo; lleno de experiencias y sabiduría, de dichas y desdichas, de verdades y mentiras, murió ayer.
Se llevó todas sus vivencias a la tumba, vivió y vio, pero todo se lo quedó para él. Egoísta, podríamos decir, pero fue caro el precio que pagó por ese supuesto 'egoísmo'.

Lo vimos desplomarse, y gritar de dolor, un dolor que probablemente ninguno de nosotros hayamos sufrido jamás y que, con mucha suerte, tampoco padeceremos nunca. Su rostro deformado por la agonía y su frente goteando de sudor frío. Se llevó las manos al pecho, justo en la parte superior izquierda, comenzó a estrujar la camisa de cuadros que llevaba puesta, en un conciso y envejecido puño. Otro grito desgarrador abandonó sus labios arrugados y desgastados, inundando la habitación; seis minutos antes aún alegre y parlanchina, y con la música todavía en marcha, el golpe sordo que su cuerpo emitió al colisionar contra el suelo ayudó a sosegar el sonido de la vivaracha melodía. Por un momento, sólo se escucharon las respiraciones agitadas a causa del acontecimiento.
El abuelo derribado en el suelo, la abuela sobre él, la familia restante horrorizada, paralizada. La imagen era más patética que tétrica. Habían doce personas en esa habitación, sólo once continuaron inspirando y exhalando oxigeno después de seis minutos.
Seis minutos que costaron la vida del abuelo.